Sociólogo / La globalización es un fenómeno de nuestros días; significa esencialmente
que, hoy más que nunca, los grupos y las personas se relacionan directamente a
través de las fronteras sin la intervención del Estado. Esto ocurre, en parte,
gracias a la nueva tecnología y también porque los estados se han dado cuenta de
que la prosperidad se logra más fácilmente si se libera la energía creativa de los
ciudadanos en lugar de reprimirla. Algunos afirman que la globalización es
sinónimo de apertura comercial o libre flujo de bienes, servicios y tecnología. Con
la expansión de Internet, parece que la globalización se ha insertado en nuestro
país sin mayores dificultades. Con la irrupción del fin de las ideologías, el apogeo
del liberalismo y el discurso de la postmodernidad, el fenómeno de la globalización
se ha extendido a todos los confines del planeta, con lo cual poco a poco nos
acercamos a la idea de “aldea global”, concepto expresado por el canadiense
Marshall Mac Luhan en 1989.
Este fenómeno, íntimamente ligado a la llamada “modernización”, ha
traído consigo un gran intercambio que trasciende el ámbito meramente
económico, y que se instala más bien a un nivel cultural, entendiéndose esto a
todo nivel, ya sea en pautas de consumo, en el plano de las artes como el cine, la
música o la literatura (planos a los cuales hoy en día se tiene un acceso mucho
más expedito). Incluso en temas como los espectáculos deportivos, ya que no es
casualidad que es estos momentos nos interese tanto lo que ocurre con
competencias europeas o latinoamericanas.
Sin embargo, y siempre pensando en lo que es intercambio de pautas
culturales, hay que plantearse hasta que punto no asistimos a una suerte de
imposición de las mismas en ciertas zonas específicas, ya sea por una debilidad
de los medios de comunicación locales, sobre todo en América Latina, o bien por los intereses económicos ya citados, referidos a una ampliación de mercados,
frente a lo cual nuestra región no está en condiciones de competir en igualdad de
condiciones (según la misma lógica mercantil).
En el caso de que dicha imposición sea efectiva, es lógico plantearse
hasta que punto los patrones culturales “importados” pasan a reemplazar a los
patrones que históricamente han definido lo que se llama identidad nacional, o que
le han entregado cierto sentido de pertenencia a ciertos grupos de personas a la
idea de nación, específicamente en Chile. Al ser reemplazados estos elementos
es posible que los sujetos lleguen a sentirse desintegrados de una sociedad
determinada, la cual ya no estaría regida por las mismas pautas de siempre, sino
que por unas nuevas.
Por otro lado, una de las características de la globalización es que ha
permitido la posibilidad directa de participación de grupos e individuos en el
intercambio de todo lo que es intercambiable. No sólo se recibe, también se
entrega nuestras ideas, mercaderías y una imagen de país. A los chilenos nos
gusta que nuestros productos sean alabados y bien cotizados; nos agrada que
nuestro país sea bien catalogado por sus bellezas naturales y por la calidez con
que tratamos a los turistas y se reconozca la calidad de grupos o personas
chilenas en el campo del arte, la cultura, los deportes, etc. Estamos orgullosos de
nuestro Pablo Neruda y Gabriela Mistral, de nuestro Zamorano, Salas y Ríos, o de
la acción que llevan a cabo empresarios chilenos en la actividad económica
internacional. Pero no nos agrada que se nos considere como el "Roto Chileno" en
un sentido peyorativo, que se hable internacionalmente de la prepotencia y actitud
de nuevos ricos de nuestros empresarios, del mal carácter, falta de educación o
de manejo comunicacional del mismo Marcelo Ríos. Esto conduce
necesariamente al hecho que en el país hay un deseo de que en todas estas
actividades quede representada una imagen de lo que creemos debe reflejar Chile
a nivel internacional. La necesidad del hombre de sentir que pertenece a algo
hace que la identidad nacional y sus símbolos, en los cuales nos reconocemos como sujetos y como pueblo, continúan siendo los elementos fundamentales con
respecto a la sociedad mayor a la que pertenece o quiere pertenecer.
Estos fenómenos afectan, además de la Identidad Nacional de los pueblos,
a los procesos de construcción de identidad cultural en todo sentido,
reemplazando patrones histórica y tradicionalmente compartidos por otros
impuestos a través de los medios de comunicación. Esto genera evidentemente un
sentimiento de desamparo y desarraigo cultural, ya las personas no están seguras
quienes son, con quienes comparten sus vidas y quienes se le parecen.
Pero los sujetos no están dispuestos a vivir cotidianamente sin sus
convicciones claras ni con la incertidumbre de su identidad. Por lo tanto no es
extraño que nuevas formas de asociatividad y de pertenencia, algunas tal vez
impensadas, se impongan en nuestras sociedades actuales. Sobre todo en los
jóvenes se aprecian múltiples grupos ligados por la vestimenta, la música que
escuchan, el barrio o incluso la admiración por personalidades públicas, las cuales
se constituyen como referentes.
Sin embargo no todos reaccionan en el sentido de construir pequeñas
identidades desagregadas, sino que también un numeroso grupo busca referentes
de construcción de identidad más amplios, aunque ya no en el sentido
universalista de la política o de las actividades religiosas. En este plano surge el
fútbol y principalmente la identificación con determinados clubes como un factor
clave de pertenencia y de búsqueda de identidad, reemplazando entre otros al
sentido de Identidad Nacional.
Este carácter del fútbol no es nuevo, y ya ha sido explotado con grandes
beneficios a nivel político, en especial por parte de algunos gobiernos totalitarios.
Tenemos como ejemplo a Mussolini, quien aprovechó la victoria de Italia en el
Mundial de 1934 para publicitar el fascismo; e incluso luego en 1938 la victoria en
Francia sería el éxito atribuido a la excelencia atlética y espiritual de la juventud fascista en la propia capital del país donde ideales y métodos son antifascistas.
También en América Latina el fútbol fue usado por la propaganda de las
dictaduras militares en Brasil y Argentina, especialmente en ocasión de las
respectivas obtenciones de la Copa del Mundo en 1970 y 1978, además del uso
del Estadio Nacional de Santiago en 1973 y de la exaltación del sentimiento de
patriotismo chileno utilizado por el gobierno de Pinochet durante el mundial de
1982, lo que deja la impresión que los militares comandaban el fútbol (lo que no es
del todo infundado).
Se nota en la actualidad un creciente interés por el estudio del fenómeno
deportivo. Este cambio de opinión se debe en parte a la percepción de que los
deportes ocupan un espacio importante en las sociedades modernas, aún bajo el
punto de vista del mercado, teniendo gran visibilidad en los medios. La conversión
del hecho social deportivo en objeto analítico se origina también en el mayor
interés concedido a temas como la producción y la circulación de bienes
simbólicos en el mundo globalizado, la construcción y la manifestación de
identidades sociales, la recepción mediática y lo cotidiano como un todo.
Ante todos estos sucesos propios de la globalización de nuestros días cabe
preguntarse ¿Por qué en medio de un creciente individualismo y quiebre de las
formas tradicionales de asociatividad que acompañan la transformación liberal de
la sociedad, el fútbol se constituye en un instrumento central en la construcción
social de identidades culturales? Eso es lo que se tratará de dilucidar en la
siguiente investigación.
Identifer | oai:union.ndltd.org:UCHILE/oai:repositorio.uchile.cl:2250/113392 |
Date | 09 November 2004 |
Creators | Del Real Avendaño, Rodrigo |
Contributors | Puente Lafoy, Patricio de la, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Sociología |
Publisher | Universidad de Chile |
Source Sets | Universidad de Chile |
Language | Spanish |
Detected Language | Spanish |
Type | Tesis |
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