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Liderazgos persistentes en la oposición de derecha en Chile. 1988-2009

Vergara Vidal, Jorge 19 March 2011 (has links)
Magíster en Ciencias Sociales con mención en Sociología de la Modernización / La presente tesis tiene como finalidad identificar y caracterizar los liderazgos persistentes en los partidos de la derecha chilena, entre los años 1989 y 2009. Durante este periodo los partidos de derecha se encontraron en la oposición política a los gobiernos de la Concertación, situación que no sólo le otorga particularidad a la actuación de sus partidos sino también a la evolución de sus formas de liderazgo político. Identificar a quienes encarnaron la conducción política de la derecha en el periodo de oposición no se agota en la confección de una lista de figuras relevantes. Sus componentes, estrategias y las relaciones entre los liderazgos otorgan una imagen determinada de la configuración de la conducción política del sector. Además, el hecho de ser oposición, despeja al liderazgo de la intervención de variables propias del uso de los recursos estatales (por lo menos asociadas al ejecutivo), permitiendo una mejor comprensión del fenómeno mismo del liderazgo y la conducción política de partidos y conglomerados, en este caso, de la derecha chilena. El término derecha se asocia a una distinción política, de orden espacial e ideológico, que identifica o diferencia a un sector conservador de otro más proclive a los cambios o progresista (Bobbio, Matteucci y Pasquino, 2000). Expresa una concepción antagónica de la composición del espectro político, organizada por la diferencias de ideas, o mentalidades, que deviene luego en diferencias en posiciones y comportamientos políticos (Bobbio, 1995; Oakenshott, 2007). El pensamiento de derecha, conservador o liberal, es un pensamiento político moderno. Este carácter lo expone tanto a las tensiones propias de la competencia electoral e ideológica como a las tensiones y procesos de la propia modernidad. El punto de origen de este pensamiento se encuentra y define por su reacción a la Revolución Francesa y está cruzado por una tensión respecto al orden moral (Lipset, 1977; Ruiz, 1992; Cuadra, F.J., 1992; McGee, 2005; Correa Sutil, 2004). El origen reactivo de este tipo de posición política, que ha llevado a algunos autores a afirmar que el pensamiento de derechas es más bien una “especulación” (Ruiz, 1992), no es contradictorio con una práctica política innovadora, ya sea respecto a sus fundamentos ideológicos o respecto de sus formas de organización política (Pinto y Valdivia, 2001; Correa Sutil, 2004; Valdivia, 2008; Avendaño, 2010). Ser conservador en la práctica política, lejos de ser meramente “defensivo” es más bien ser realista, menos utópico, menos progresista (Oakenshott, 2007). Curiosamente, personajes significativos asociados a la derecha, como Krauze, Cameron o Piñera han insistido, en los últimos años, en la existencia de una derecha progresista. Pero el progreso, como señala Gray, que “en ciencia (…) es un hecho, en política es una superstición” (Gray, 2006: 11). No sólo es imposible una acumulación de avances en política que no pueda desplomarse o revertirse al día siguiente, también más allá de las palabras, los hechos de este sector siempre han estado mejor conducidos por un realismo ultramontano que por un utopismo cualquiera. En este sentido cabe lo señalado por Andrés Allamand en una conferencia sobre el tema en 1992: “Para juzgarla y apreciarla hay que preocuparse de lo que la derecha hace, ha hecho o hizo, y no lo que la derecha ha escrito, ha dicho o en algún momento ha pensado” (Allamand, 1992: 73). Una definición de la derecha, coincidente con su práctica política, la podemos interpretar a partir de lo expuesto por David Easton en relación a la organización y movilización a favor de la persistencia de los sistemas políticos (Easton, 2006: 119, 179-180; Easton, 1977). Operado como una distinción, lo señalado por Easton nos indica un sentido bajo el cual la posición de derecha estará asociada a la defensa y conservación del orden establecido y/o a la producción de la persistencia del mismo. De este modo, más allá de una cualidad reactiva subrayada por otras definiciones, accedemos a una cualidad activa en la posición política, y con esto a la posibilidad de una práctica innovadora en pos de tal objetivo. La interpretación de la formulación de Easton nos permite, de mejor manera que otras perspectivas de definición, juzgar sus hechos. De acuerdo a lo anterior, que en el caso chileno la posición de derecha se encuentre imbricada con la posición de élite social sería explicado por la aparición en la arena política de una fuerza electoral de izquierda que desafía tanto su capacidad de control social como el carácter persistente del ordenamiento construido (Correa Sutil, 2004). Misma finalidad se encuentra en su reconstitución política en la década de 1980: la defensa de la persistencia de la institucionalidad política y económica construida por sus cuadros bajo el amparo del gobierno militar (Correa Sutil, 2004; Valdivia, 2008). Francisco Javier Cuadra plantea una mentalidad común en el pensamiento de derecha chilena, un ethos, que subyace a su diversidad. Este ethos implicaría, por lo menos tres aspectos: una relación con la historia nacional y sus tradiciones, una adhesión a una moral objetiva centrada en la persona y los principios de solidaridad y subsidiariedad sumado a referencias “secundarias” al orden, la propiedad y la libertad (Cuadra, 1992). Todos estos aspectos son recogidos en los modelos constitucional y económico que rigen actualmente el país y de este modo se les puede definir como conservadores, pero no como tradicionales en un sentido literal o fuera de la pragmática. La relación con lo tradicional es relativa en el caso de la derecha chilena. Como señala McGee, “la derecha selecciona cuidadosamente y en algunos casos inventa estas tradiciones” (McGee, 2005, 21). De hecho, la derecha chilena ha demostrado en la práctica ser fuertemente anti tradicional tanto en su pensamiento como en sus formas de organización (Valdivia, 2008; Correa Sutil, 2004). Independiente de las diferentes expresiones de su pensamiento (liberal, nacionalista y corporativista), la derecha chilena ha expresado en su práctica un profundo pragmatismo que le ha permitido justamente escoger y seleccionar las “tradiciones” que defender. El desarrollo de este pragmatismo se vincula con el desarrollo orgánico y evolución electoral de sus partidos, por un lado, y con el surgimiento de un ideario post utópico, por otro. En esto colabora decididamente su rol, ya mencionado, en el diseño e implementación de las estructuras constitucionales y económicas del país durante el gobierno militar (Avendaño, 2010). Luego de esta exitosa implementación los partidos de derecha se abocarán a una discusión centrada en la defensa y perfeccionamiento de estos dos pilares, más que en la discusión de un ideario o en la elaboración de una utopía. El pensamiento neoliberal, constituirá en el fondo, la guía de acción de la defensa y el perfeccionamiento, implicando la desaparición paulatina de los pensamientos nacionalistas y corporativistas y de sus expresiones orgánicas (Cristi y Ruiz, 1992) y que lleva a algunos autores a considerarlos como partidos de ultraderecha, en comparación de otros partidos de derecha en el marco internacional (Rodríguez Araujo, 2004). Este “pragmatismo post utópico” caracterizará el periodo de oposición de la derecha marcando sus partidos y sus liderazgos. A nivel de sus partidos, la derecha entrará a la oposición con partidos (RN y la UDI) de creación externa según el modelo de Duverger, pero fuertemente influidos por el patrocinio del gobierno militar, y con fuertes grados de institucionalización por lo menos en lo formal de sus estructuras (Panebianco,1982; Barozet y Aubry, 2005), lo que se irá alterando en el transcurso del periodo tanto por el efecto del sistema electoral como por el despliegue constante de fuertes liderazgos individuales y presidencializados (Angell, 2005). Si, como señala Panebianco: “un partido (…) es una estructura en movimiento que evoluciona, que se modifica lo largo del tiempo y que reacciona a los cambios exteriores, al cambio de los ambientes en que opera y en los que haya inserto” (Panebianco, 1982: 107 ), el “ambiente opositor” incidirá en las estructuras de los partidos de derecha (Pasquino, 1997), toda vez que su institucionalización orgánica quedará supeditada a los desempeños electorales (Barozet y Aubry, 2005). Sin embargo esto no alterará su característica post utópica. Detrás de estos múltiples cambios, la derecha seguirá expresando una posición social conservadora, en el sentido de adecuar su práctica a la persistencia del orden diseñado por sus cuadros (gremialistas más Chicago Boys). A diferencia de los partidos de gobierno, los partidos de oposición requieren de una organización política sólida y fuerte, además de fuentes de financiamiento distinta al Estado (Panebianco, 1982). El tema del financiamiento, de los recursos financieros, humanos y técnicos que se movilizan políticamente, en el caso chileno es un tema significativo. Las campañas presidenciales de la oposición de derecha han visto supeditados sus aportes a la prospección del rendimiento electoral lo cual ha favorecido la presidencialización de liderazgos individuales y competitivos electoralmente (Angell, 2005; Lehmann y Hinzpeter, 2001; Barozet y Aubry, 2005). Esto ha permitido una pérdida de peso político de las estructuras partidarias, producida por la implementación de estructuras decisionales propias por parte de los liderazgos competitivos. Es justamente esta personalización de la política y esta institucionalización del liderazgo, estructuralmente favorecida por el sistema electoral (Angell, 2005), la que colabora con una reinstitucionalización política de los partidos de derecha y otorga centralidad al análisis del liderazgos. La actual relevancia del tema del liderazgo tiene tanto que ver con las particularidades de los sistemas políticos como con procesos de índole global y que afectan a la sociedad. El carácter del desarrollo de los liderazgo de la derecha chilena, coincide con el desarrollo del proceso de individualización señalado por algunos autores como la característica central de la actual fase de la modernidad (Beck y Beck Gernsheim, 2003; Bauman, 1999), mientras que el carácter de la acción política desarrollada por los partidos y sus liderazgos coincide con una concepción postfundacional de la política (Marchant, 2007) toda vez que el sentido de la acción se aleja de una consideración universalista o total para expresarse en una consideración incidente, hegemónica y pragmática. Desde la perspectiva institucional de la individualización: “la disolución, la destrucción y el desencadenamiento de las fuentes de pensamiento colectivas y específicas de ciertos grupos de la cultura social industrial (…) llevan ahora en más todos los trabajos de definición se les asignen a imputen a los mismos individuos: esto significa el concepto de ‘proceso de individualización’. (Beck, 1999: 35). El liderazgo político de la derecha, sobre todo por la fuerte capacidad institucional que ha demostrado a partir de la personalización de la política, puede ser entendido como un liderazgo individualizado toda vez que es capaz de desarrollar formas de institucionalización ad hoc (orgánicas y normativas) que suplantan funciones alojadas antes en los partidos y tornan infectivas decisionalmente formas de inclusión asociadas a la política como la militancia (Ollier, 2010). Desde la perspectiva de la accionalidad, hegemónica y pragmática, los liderazgos de derecha del periodo de oposición no sólo expresan una personalización de la política sino una relocalización de la misma (Bauman, 1999), lo que incluye tanto la preeminencia de lo técnico por sobre lo ideológico, como en los nuevos tipos de acceso a la esfera distributiva del poder que expresa la política. En este sentido, el fenómeno de liderazgo institucionalizado que es posible apreciar en este periodo en los partidos de derecha, representa también una nueva forma de relación entre la política y la sociedad. Amigos o asesores del líder político pesan más que el militante medio a la hora de las decisiones. Las instituciones de marketing político son hoy tan capaces de desarrollar las campañas como antes lo fueron las estructuras partidarias. La creciente desconfianza de los individuos hacia los partidos políticos pone en cuestión que constituyan el canal más efectivo para integrarse a los pináculos decisionales de la sociedad (Mainwaring y Torcal, 2005; Segovia, 2009). Las pautas normativas que implicaban una carrera institucional en los partidos yacen sin efectividad frente a las nuevas formas de acceso decisional: la cercanía de amistad o familiar con el líder promete mejor efectividad política que los años de militancia; el conocimiento técnico de la empresas de marketing les asegura más espacio de decisión estratégica que la experiencia acumulada a los miembros de las cúpulas partidarias; las trayectorias biográficas atractivas hacen más que las coherentes trayectorias orgánicas, etc. Pero estos cambios no afectan los elementos básicos de la operación política. Simplemente la política se ha vuelto orgánica de otra manera y actores más técnicos ocupan desarrollan las mismas funciones que antes eran sólo desarrolladas por los partidos. La centralidad actual del liderazgo, e incluso su carácter individualizado, no coincide con la imagen total y autónoma del liderazgo de masas, caracterizado por la sociología de principios del siglo XX. Las conceptualizaciones clásicas sobre el tema del liderazgo, en la sociología política, se centran en la relación entre líder y masas, relación mediada por la organización o el partido (Weber, Michels, Mosca). Si los partidos dejan de contener la producción de la política y esta es asumida por las estructuras ad hoc del liderazgo, entonces éste deviene en institución, más allá de constituirse como cualidad, despeja y articula de otra manera la mediación con las masas. Esta institucionalización del liderazgo, más allá de reforzar su carácter individual, refuerza su carácter disnormativo en relación al contexto normal del sistema político, pues este es normado por leyes que no norman los liderazgos sino los partidos, y refuerzan la necesidad de estrategias inclusivas o colaborativas. El liderazgo, para restablecer la mediación, estará obligado a adecuar la norma vigente de acuerdo a sus necesidades de vigencia y efectividad. El liderazgo individualizado ofrece hoy una imagen distante del caudillo carismático que llevaba en sus hombros la misión del progreso (Ollier, 2010). Ofrece la imagen de un liderazgo parcial y consensual, hegemónico más que total, pragmático más que ideológico, heterónomo más que autónomo, donde la función de la conducción política del sector puede ser asumida por más de un líder, con un sentido tanto competitivo como colaborativo. Este rasgo es visible en los liderazgos persistentes de la derecha chilena del periodo de oposición y la presencia de múltiples líderes requiere hablar de una imagen constelada del liderazgo para caracterizar la dinámica colaborativa de la conducción política de la derecha en esta fase.

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