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Metamorfosis y Desaparición del Vencido. Desde la Subalternidad a la Complementariedad en la Imagen de Santiago Ecuestre en Perú y BoliviaBrunn, Reinhild Margarete von January 2009 (has links)
En Perú y Bolivia, la figura del vencido en la imagen de Santiago ecuestre es muy poco
considerada en el ritual religioso, ni menos en la literatura iconográfica o de historia cultural.
En los Andes, la representación del derrotado por el jinete existe en diferentes formas: en el
ámbito eclesiástico público son parte de esculturas procesionales y aparecen como moro,
inca, indio y moro-indio, mientras, en el espacio hogareño-rural, el vencido desaparece. Allí,
el triunfador Santiago se convierte en el patrón del ganado y adopta características del dios
andino de rayo y trueno, Illapa. Este dios, en ritos semiclandestinos, se venera hasta hoy
en forma de piedras.
Mientras el vencido inca siempre guarda dignidad en su representación, el vencido
moro, desde su partida de España en el siglo XVI, cambia su aspecto a través de
los siglos desde agonizante o mera cabeza degollada a un personaje arrodillado con
mira hacia delante. Su vestimenta otomana se iguala paulatinamente al traje del pongo
latinoamericano.
Existen razones políticas y sociales para las diferentes fases de modificación y los
estratos sociales de donde surgieron. En el ámbito de la influencia española clerical,
el molde representacional descrito por Francisco Pacheco tuvo vigencia durante varios
siglos: arriba un triunfador, Santiago, y abajo un abominable demonio, el moro. Pero,
“la Colonia” no es un bloque monolítico: tres acontecimientos profanos incidieron en los
cambios de la iconografía religiosa de Santiago matador y sus vencidos: la Conquista, la
fundación del Consejo de las Indias y la Independencia. El modelo del Santiago matainca
desaparece y cede al matamoros como símbolo del infiel cuando la evangelización cobra
más importancia. En el momento cuando la iglesia católica, con el auge del movimiento
criollo pierde influencia en el área rural, el moro también desvanece.
En la veneración de Illapa, la mayoría de los atributos iconográficos antiguos se han
perdido: la serpiente monocéfala, las figurillas de oro y las figuras textiles. Lo que se
conserva hasta el día de hoy son las piedras y las bolas de meteoritas. En la imagen de
Santiago tan sólo queda alguna huella del polimorfismo de Illapa: la espada como rayo,
el ruido de los cascos como trueno, y cuando el ganado lo acompaña se muestra como
proveedor la conservación y procreación del ganado, a veces incluyendo la fertilidad en
general. Dios Illapa se refugió bajo la figura del apóstol Santiago en el primer siglo después
de la Conquista y quedó en su sombra hasta hoy en día, pero su representación como
patrono del ganado sólo surge fines del siglo XVII.
La reciprocidad entre la deidad andina y el hombre le permite negociar, a pesar del
desnivel entre las dos partes. El peso del pecado original disminuye, pero, al mismo tiempo,
la vulnerabilidad del hombre y el temor a la venganza por parte de la naturaleza cobra
fuerza. Esto se expresa con claridad en los cultos contemporáneos a Santiago-Illapa, que
siempre tienen una connotación de temor que es atenuado con ofrendas y “pagos”.
En este concepto cíclico de interdependencia mutua el vencido por Santiago como
una construcción vertical, autoritaria, totalitaria y excluyente, no tiene par. La subalternidad
ideada por los españoles católicos no llega a ser comprendida en una cosmovisión que
vive la reciprocidad también en lo metafísico. Sin embargo, la humildad y el respeto, que
no hay que confundir con la subalternidad, valores, de los cuales hablan todos los rituales andinos, tienen una base sólida en las sociedades circun-titicaca, y en el momento en que
la represión religiosa disminuye, se despliegan con brillo y alegría.
La subalternidad, reclamada por la imagen original del santo matador desaparece con
el vencido, y el concepto de complementariedad adquiere importancia en la proporción
inversa: cuánto más Santiago se acerca al dios andino del rayo e Illapa, el protagonista del
culto, el hombre mismo, se comunica con él en forma recíproca, recibiendo y ofrendando,
los dos siendo parte de una naturaleza cuyas fuerzas se encuentran dentro y fuera del ser
humano, siempre buscando un equilibrio
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