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Arte, fiesta y manifestaciones efímeras: la visita a Barcelona de Carlos IV en 1802

El tema de la fiesta ha suscitado en la reciente historiografía un gran interés, con destacadas aportaciones desde diferentes campos, como la historia del arte, la historia política renovada o la historia de las mentalidades entre otras; con la ventaja para el historiador de que la fiesta es uno de aquellos fenómenos complejos que permite, a través de su estudio, una aproximación a la tan deseada historia total. La reunión de factores diversos -económicos, sociales, políticos y culturales- hacen de la fiesta una experiencia humana e histórica global que presenta, no obstante, multitud de facetas diferentes e incluso opuestas, que nos permiten distinguir, por ejemplo, entre fiesta oficial y fiesta popular, o entre fiestas profanas y fiestas religiosas. En esta vasta panorámica festiva, las fiestas reales adquieren un relieve especial, en primer término por su magnificencia y esplendor, pero también por su gran complejidad en todos los sentidos. Esta clase de eventos, típicos de la época, adquirían en el caso de Cataluña una significación política especial por todas las vicisitudes de la integración del Principado a la monarquía hispánica, encarnada y simbolizada en el rey.

Sin duda, las fiestas reales más importantes y más celebradas en Cataluña eran las que se hacían por razón de la visita del rey y de la familia real. Recuperar la presencia regia representaba, especialmente después de largos períodos de distanciamiento, uno de los momentos culminantes del encuentro entre el soberano y el pueblo. La última de las visitas reales realizada en tiempos del Antiguo Régimen a Barcelona fue la de Carlos IV en otoño de 1802, cuyas circunstancias nacionales e internacionales fueron muy diferentes a las existentes en 1759, fecha de la última presencia regia: la de su padre, Carlos IIl. Así pues, a principios del s. XIX, Barcelona (como depositaria de una larga tradición mediterránea) se transformó en corte para celebrar un doble enlace: el del príncipe de Asturias, Fernando, con la princesa napolitana María Antonia; y el del heredero de Nápoles, Francisco Genaro, con la infanta española María Isabel. En la Ciudad Condal se dieron cita la familia real española en pleno -acompañada del Príncipe de la Paz, Manuel Godoy-, los príncipes napolitanos y también los soberanos del recién creado --en virtud de los manejos italianos de Napoleón- reino de Etruria: la infanta María Luisa, hija de los reyes españoles, y su esposo Luis, infante heredero de Parma. Por diversas razones históricas, faltaron al encuentro los reyes de Nápoles.

Una vez confirmada la designación de la Ciudad Condal como punto de encuentro y ratificación del enlace entre las familias reales, había que analizar exhaustivamente el tema de la organización de la ciudad. A la vez que experimentaba la transformación de la guerra a la paz, de la crisis a la abundancia económica, y de la mendicidad o la ociosidad forzosa a una actividad febril de preparativos y arreglos, Barcelona se dispuso a dejar huella en la memoria histórica de la estancia regia. En los preparativos y arreglos se tuvieron en cuenta múltiples aspectos y en los que participaron de una forma u otra, según su condición, todos los estamentos de la ciudad. Nada se dejó al azar y Barcelona brilló, como ya había hecho con Carlos IlI, ante la complejidad que supuso preparar, disponer y presentar una ciudad a los ojos de la monarquía borbónica y la multitud de forasteros desplazados expresamente para el acontecimiento.

A fin de afrontar con garantías de éxito este aspecto, las autoridades barcelonesas tuvieron que resolver, en primer lugar, el tema pecuniario. Al producirse el cambio de siglo, Barcelona se encontraba sumida en una grave crisis, resultado directo de las funestas consecuencias de la guerra contra Inglaterra en la economía y en la sociedad. No fue hasta 1802 que empezó a apuntar la recuperación, gracias a las perspectivas que habían de suceder a la firma en el mes de marzo de la Paz de Amiens, que abría de nuevo las grandes rutas del comercio internacional. En este prometedor marco de recuperación se inserta la visita de Carlos IV y la familia real a la Ciudad Condal, de gran significación política para la vida ciudadana.

Ahora bien, las obras y los festejos que habían de realizarse en la ciudad iban a costar muchos miles de libras y, aunque a partir de mayo la coyuntura se había vuelto francamente favorable, era necesario reunir fondos para hacer frente a los cuantiosos gastos que se avecinaban y el llevarlo a cabo no fue empresa fácil. Por ello, se ideó llevar a la práctica algunas rifas, se organizaron bailes, se solicitó la pertinente contribución de los gremios y se peticionó una cooperación económica del propio Carlos IV. Una vez obtenidos algunos caudales, el Ayuntamiento pudo por fin iniciar las obras, consistentes básicamente en el arreglo de los empedrados, la renovación de las casas, la alineación de las calles, la limpieza y pintura de las fachadas, el problema del alcantarillado, la mejora de las conducciones y el abastecimiento de agua, el aseo de la ciudad y las prevenciones en caso de incendio, tareas que enlazaban en su mayor parte con la política municipal de mejora de la infraestructura surgida con el Edicto de Obrería decretado por el conde de Ricia en 1771.

Una vez examinado el entramado urbano de la ciudad, necesariamente había que implicar en esta la cuestión de los alojamientos y analizar aquellos en los que residieron la familia real, la nobleza, los Guardias de Corps y, por último, la población foránea a Barcelona desplazada a la ciudad para vivir el acontecimiento de la estancia de los reyes. Ello condujo, obviamente, al análisis de los edificios susceptibles de renovación y mejora. Junto a la organización de la ciudad se trató también el otro gran problema al que hubo de enfrentarse el Ayuntamiento: solucionar la provisión de los abastecimientos y la distribución de los nuevos puntos de venta de comestibles.

A la vez que se solventaban todas estas cuestiones, se tuvo que ir disponiendo y prefijando, en primer lugar, los pormenores protocolarios y de ceremonial y recepción de las familias reales y obviamente, tras solucionar esto, organizar todos aquellos actos, diversiones y obsequios susceptibles del agrado de los monarcas. Para ello, el Ayuntamiento de Barcelona, juntamente con el cuerpo de Colegios y Gremios y el de Comercio y Fábricas, y auxiliado por los diversos sectores sociales, compusieron con sus aportaciones el marco efímero de la fiesta y organizaron los obsequios considerados como más idóneos, ayudados por los mejores artistas del momento.

Reproducir el viaje y la estancia de los reyes en Barcelona significó, por un lado, poner de relieve multitud de aspectos, anecdóticos si se quiere, pero sumamente interesantes a la hora de reflejar un perfil histórico y un gran número de actos llevados a cabo desde un punto de vista tradicional y, por otro, constatar como, una vez más, dentro del periplo que compone el mundo de la fiesta y los motivos de sus manifestaciones, las visitas reales se inscriben con nombre propio, constituyendo uno de los momentos mas exaltantes de la misma, sino el que mas, el momento de la entrada real.

El conjunto de la tesis permite, por tanto, concluir que todas las actividades espléndidas que se desarrollaren fueron una evocación viva del despliegue económico y urbano registrado en la Ciudad Condal a las puertas del s. XIX. La iniciativa local respondió al deseo de explicitar al rey visitante los conocimientos y el excelente gusto de los catalanes en aquellos momentos (principalmente en temas artísticos), por lo que para concluir podemos decir que se le ofreció al monarca una versión integrada y asumida desde Cataluña. / At the beginning of the 19th century, Barcelona, as depository of a long Mediterranean tradition, transformed into a court to receive the kings Carlos IV and Maria Luisa of Parma. The reason for the visit was the solemn ratification of the double weddings between the Prince of Asturias, Fernando, with the Neapolitan princess Maria Antonia; and the one of the Naples inheritor, Francisco Genaro, with the Spanish infanta Maria Isabel. Carlos IV determined this double matrimonial link due to the "Adjustment of Aranjuez". The 6th of June of that year, 1802, the weddings' 'contracts' were celebrated, and Queen Maria Luisa chose Barcelona as the frame for this memorable interchange of betrotheds. City is which all the royal Spanish family met, joined by Manuel Godoy -Prince of the Peace-, the Neapolitan Princes, and also the sovereigns of the just created kingdom of Etruria: infanta Maria Luisa, daugther of the Spanish kings, married to Luis, inheritor of Parma. Because of to several motives, Fernando I and Maria Carolina, kings of Naples, didn't go to the event.

The new of the visit of the royal family extended in Barcelona at the beginning of 1802, and it awoke a great expectation. The city, which the transformation that was experienced from war to peace, immersed in a frantic activity of preparations and arrangements in which multiple aspects were taken into account, and in which all the estates of the city participated. Multiple works were made and splendid feast were organized to treat the illustrious guests, who remained in the city from the 11th of September to the 8th of November. The best artists of the moment participated in these activities; then, as a result it was one of the best moments of the ephemeral Catalan art, already placed in full Neoclassicism, without forgetting the historic circumstances that framed the event.

Identiferoai:union.ndltd.org:TDX_UB/oai:www.tdx.cat:10803/22655
Date13 November 1998
CreatorsGarcía Sánchez, Laura
ContributorsTriadó, Joan-Ramon, 1948-, Universitat de Barcelona. Departament d'Història de l'Art
PublisherUniversitat de Barcelona
Source SetsUniversitat de Barcelona
LanguageSpanish
Detected LanguageSpanish
Typeinfo:eu-repo/semantics/doctoralThesis, info:eu-repo/semantics/publishedVersion
Format837 p., application/pdf
SourceTDX (Tesis Doctorals en Xarxa)
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