Socióloga / En la actualidad se asiste a un proceso en el cual las transformaciones estructurales y culturales han debilitado los lazos entre la sociedad y el Estado, pero éste y la política continúan siendo referentes importantes de los países y de los grupos que los conforman. Así, se puede mencionar la presencia de dos procesos que han impactado desde en dos niveles distintos, desde arriba la globalización y, desde abajo, la explosión de identidades dentro los Estados nacionales, lo que ha reconfigurado los ejes de la acción colectiva y la relación de los sujetos con el Estado.
En particular, uno de los efectos de la globalización ha sido el de configurar una orientación común de los movimientos de mujeres y feminista.
Esta identidad, que desborda al Estado nación, apunta hacia el problema de la definición de la ciudadanía y la participación en el Estado, con miras a la democratización social y política en todas aquellas instancias de encuentro y discusión supranacionales. Dichas orientaciones y articulaciones han permitido presionar colectivamente para la implementación de medidas de acción positivas, como se expresa literalmente en la Convención Para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer (CEDAW), y por la necesidad de alcanzar la paridad en los regímenes democráticos.
Si bien, ha sido principalmente en los Estados desde donde se han adoptado las cuotas y la paridad, el primero en adoptar este tipo de medida fue el Partido Verde Alemán, posteriormente lo hicieron los grandes partidos políticos de los países nórdicos. Producto de una fuerte presión de los grupos feministas, han sido estos países quienes han alcanzado el mayor éxito en cuanto a la igualdad efectiva entre mujeres y hombres en el espacio político. En América Latina, tras el derrocamiento de las dictaduras y las transiciones hacia la democracia, se aprecia que los procesos democratizadores no se encuentran en modo alguno cerrados ni completos; pero también se observa que para avanzar hay Estados que han visibilizado y, en algún grado, reconocido la situación de exclusión de grupos tales como los pueblos originarios o las mujeres.
Se debe relevar que desde el punto de vista del movimiento de mujeres y feminista, la ausencia de mujeres en las instancias estatales o más bien la existencia de una distribución desequilibrada en cuanto al poder político se refiere, desproporcionadamente favorable a los hombres, se ha puesto en cuestión la legitimidad del orden democrático. En occidente, según manifiestan estos movimientos, bajo la idea del resguardo de la universalidad y la supuesta neutralidad del sujeto político, se esconde la imagen persistente del hombre como el sujeto político. Es así, como en el pensamiento clásico, según la crítica feminista, la ciudadanía habría sido construida sobre el supuesto de universalidad del sujeto político, sin género y abstracto, justificado en la idea de que la política está sobre la diferencia sexual. Sin embargo, dicha neutralidad ha puesto al hombre como centro de la constitución de ciudadanía ya que al omitir precisar el sexo el sujeto de la democracia deviene masculino. Cómo expresión de la lucha de diversos grupos por su reconocimiento como ciudadanos/as frente al Estado moderno, los procesos democratizadores han tendido hacia una exclusión decreciente en el ámbito de la democracia formal.
Sin embargo, el Estado y las modalidades de participación en él encarnan las diferencias sociales de poder. Junto a los principios racionalmente deducidos y universalmente aceptados de igualdad y libertad formal para todos los miembros de una sociedad, conviven las desigualdades sociales y materiales que tienen efectos, su vez, en las formas que adopta la participación en los sistemas democráticos. Lo cual se expresa como posibilidades desiguales de ciertos sectores de acceder a los diferentes niveles de la participación política, dadas determinadas reglas (sistema electoral y sistema de partidos). Existen profundos desafíos en términos de la calidad de la democracia y las tensiones entre sus aspectos formales y reales así lo evidencian.
La importante historiadora y teórica, Joan Scott, ha elaborado una de las principales aportaciones a la conceptualización del género, en la que reconoce cuatro aspectos en los que opera el género y que se interrelacionan; símbolos culturales; conceptos normativos; ámbito político (instituciones y organizaciones sociales) y la identidad subjetiva. En este sentido, hemos recogido la importancia de estudiar los factores político- institucionales en su relación a otros aspectos como los símbolos culturales del poder y la jerarquía.
A partir de lo cual se ha realizado una aproximación teórica que toma las aportaciones de las teorías sociológicas de Touraine y M. A. Garretón, junto con las de teóricas feministas que han estudiado en profundidad y por décadas estos problemas, entre ellas MacKinnon, Marquez-Pereira, Phillips.
Rescatamos de estas posiciones una mirada crítica de las desigualdades, pero a la vez que reconoce los procesos de transformación de las sociedades lejos de todo determinismo puramente estructural.
Identifer | oai:union.ndltd.org:UCHILE/oai:repositorio.uchile.cl:2250/112652 |
Date | 13 April 2006 |
Creators | Salinero Rates, Mónica Inés |
Contributors | Garretón Merino, Manuel Antonio, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Sociología |
Publisher | Universidad de Chile |
Source Sets | Universidad de Chile |
Language | Spanish |
Detected Language | Spanish |
Type | Tesis |
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