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Equidad distributiva: la propuesta olvidada

Requena Criado, Miguel January 2010 (has links)
En la Ética a Nicómaco, Aristóteles reflexiona en torno a la manera más justa de repartir honores y fortuna, entendiendo que lo mejor es apelar a la virtud completa del principio de justicia, “todo el mundo está de acuerdo en llamar justicia a esta cualidad moral que obliga a los hombres a practicar cosas justas” (Aristóteles, 2001, p.121). De manera que para el filósofo de Macedonia, lo justo es aquello que es legal y equitativo, ya sea como justicia distributiva, cuando se reparten riquezas y honores, evitando que existan desigualdades, o como justicia reparativa en la que tanto los honores como las riquezas deben ser proporcionales a la contribución con que cada ciudadano ha aportado para alcanzar el éxito de aquello que todos desean. Al combinar ambas modalidades, en la proporción adecuada, la justicia se convierte en una condición necesaria al momento de actuar en el reparto. Esto es, bajo el primer principio se prioriza la condición de mínimos indispensables para asegura la subsistencia de todos los miembros de la sociedad, mientras que con el segundo principio se premia el esfuerzo, el talento y la energía desplegada individualmente en la consecución de los frutos. Sin embargo, con el advenimiento de la Modernidad, la proporcionalidad de estos dos principios de justicia en más de alguna ocasión se ha vuelto incompatible, no sólo por la forma en que se han realizado las asignaciones, sino que básicamente por el método de producir riquezas. De hecho, con el predominio de las ideas fisiócratas y la teoría clásica de Adam Smith, la Inglaterra Moderna tendió a transformar la sociedad en un conjunto de interrelaciones comerciales, guiadas por las leyes de una surgente economía individualista, que se regía por axiomas incuestionables, tal como lo hacen las ciencias exactas, convirtiéndose en una disciplina altamente tecnificada en donde su quehacer se realiza orientado por las fuerzas de la oferta y de la demanda, en un mercado imparcial que asigna los bienes según sus propios mecanismos, aunque con ello no se logre una distribución justa para todos. De manera que bajo este contexto, tanto las formas de producir como las de repartir, obedecen a un mecanismo de carácter positivo, basado en lo qué es, en función de un supuesto de racionalidad que presupone que el equilibrio entre la cantidad ofrecida y la cantidad demandada constituye la única verdad atendible. Bajo este planteamiento, cualquier supuesto normativo de aquello qué puede ser, quedaba 5 descartado desde sus inicios, aunque no fuera posible explicar el porqué algunos se quedan sin participar. Esta dicotomía entre lo que sucede y aquello que se espera que suceda, obedece al comportamiento desconfiado, egoísta y ansioso de gloria del hombre salvaje proveniente de la tradición hobbesiana, que ha perdurado hasta nuestros tiempos, “no hay nada a que un hombre no tenga derecho por naturaleza” (Hobbes, 1984, p141) Sin embargo, no se trata de que el enfoque técnico de la economía haya sido poco fructífero, muy por el contrario los logros alcanzados por la ciencia económica durante el siglo XX han mostrado un éxito jamás alcanzado antes, aunque estos frutos se han visto ensombrecidos por el distanciamiento que existe entre la riqueza de algunos y la escasez de otros.
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Marx: de las categorías cósicas a las categorías prácticas

Oyarzún Ben-Hour, Juan Pablo January 2008 (has links)
El título del trabajo: “Marx: De las categorías cósicas a las categorías prácticas” sólo quiere significar un cambio de área, y no, como puede pensarse, el que las últimas contengan a las primeras. Sólo en las categorías prácticas el objeto de estudio se identifica inmediatamente con el sujeto que las estudia, y sólo en tal identificación puede darse el carácter pasajero de tales categorías como categorías históricas. Las categorías prácticas esbozadas en la crítica de la economía política representa sólo un ámbito de la realidad entre otros: la física, la biología, la química, etc. ramas del saber que únicamente pueden ser estudiadas y criticadas desde su propia lógica. Ellas son las que podríamos llamar categorías cósicas porque se refieren a un objeto o cosa exterior a nosotros. Sin embargo, todas las ciencias, como proceso de conocimiento, se enmarcan dentro de una totalidad que las hace posible: tanto el biólogo como el físico, el escritor o el poeta, etc. pertenecen a un todo de relaciones histórico-sociales. De ahí la crítica de la economía política, del capital, pues sólo el capital puede transformar las maravillas de Homero, los avances médicos, espaciales, los Mozart, los Rembrandt, etc. en la indiferente forma del valor mercancía. El proceso de circulación del capital expuesto en la fórmula dinero-mercancía-dinero parece expresarse como la realidad más concreta sobre la que se erige la dignidad humana. Marx no ha hecho más que referirse al problema más abarcante: el capital como mediador de las relaciones sociales. Sólo mostrando la contradicción práctica del capital que se esconde en sus formas fenoménicas de la economía política puede la razón humana transformar su propio proceso que lo ha encadenado. No se trata de una contradicción lógica, sino de una contradicción práctica donde el sujeto de la acción (los productores) se transforma en objeto y el objeto se transforma en sujeto (la mercancía): el trabajo acumulado (el capital) sólo puede vivir a costa del trabajo vivo, y su única finalidad es su continua acumulación: el trabajo vivo vive para el trabajo muerto. Que de esto salgan bondades no es más que el resabio, el chorreo de la acumulación capitalista, el parche de la hemorragia: de la pobreza, la miseria, la hambruna, la delincuencia, la prostitución, etc. Es por ello que aquí nos abocaremos a un simple tema: ¿qué esconde la crítica de la economía política?

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