La presencia del fenómeno religioso es un hecho social tan antiguo como el hombre, y en las distintas culturas se puede vislumbrar la existencia de diversas maneras de manifestación religiosa. Cualquiera sea su aproximación, tal como se presenta en las sociedades actuales nos remite ineludiblemente a los procesos de cambio religioso, en sentido amplio, propios de la postmodernidad. Estos procesos, alejándose del declive de lo sagrado que postulaba el paradigma de la secularización -afirmando que la era moderna traería como consecuencia el debilitamiento e incluso la extinción de las religiones, producto de su lógica instrumental, caracterizada por manifestar que todos los fenómenos naturales y sociales pueden ser explicados racionalmente, a partir exclusivamente de causas terrenales y cognoscibles sólo por medio de los métodos científicos; además de formas de pensar y actuar más preocupadas y ocupadas por las cuestiones del más acá que del más allá-, se identifican por una espectacular diversificación e incremento de creencias religiosas, es decir, por una aparición constante de nuevas formas y conductas espirituales, aparentemente, no por más privadas y personales en muchos casos, menos ajustadas a las realidades sociales y necesidades individuales allí donde residen y se despliegan con mayor o menor éxito. En este sentido, la variedad de la oferta y la demanda religiosa y simbólica debe abordarse de acuerdo con la peculiaridad de los contextos socioculturales, focalizando, quizás con especial énfasis, las dinámicas de tensión y adaptación que se han originado de las disensiones o innovaciones de grupos religiosos minoritarios en el seno de una sociedad contemporánea laica y plural.

(...) A partir de estas variadas observaciones muchas veces cotidianas, es que la presente investigación, desarrollada bajo los marcos del seminario de grado “Discursos de poder: resistencias, apropiaciones y otras prácticas desde los subalternos”, toma como eje a las “sectas” religiosas. No obstante, no es éste mi objeto de estudio, sino el discurso desarrollado respecto a este tema desde las ciencias sociales, particularmente en el Chile de fines del siglo XX y principios del XXI. Desde esta perspectiva, recojo a las “sectas” como un sujeto colectivo que es subalternizado , entre otros muchos elementos, por un discurso disciplinario y peyorativo, que se ha institucionalizado llegando a influir fuertemente en la actual praxis estatal.