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El Jallalla diario de los pobladores de la precordillera y el altiplano en la región de Arica y Parinacota

Carrasco Rivera, Estefani Paulina 08 1900 (has links)
Memoria para optar al título de Periodista / Hace casi ya cinco años conocí la precordillera y altiplano de mi región. Fue bastante paradójico, porque llevaba 20 años viviendo en Arica y nunca había subido ni siquiera a Putre, y por unos amigos de Santiago quienes pasaron unos días de sus vacaciones en mi hogar, fue que decidí conocer estos hermosos paisajes de mi zona. Ese viaje despertó en mí la curiosidad y ansias por conocer el mundo y sus diferentes culturas, pero para ello primero debía conocer la propia, ¿Quizás cuantos ariqueños y ariqueñas como yo, han estado toda su vida en la ciudad y nunca han tenido la posibilidad de admirarse con la inmensa belleza que envuelve a la puna y la amabilidad que pueden llegar a dar sus sacrificados habitantes? Sin duda, estás dos variables fueron determinantes para que me enamorara de este rincón de Chile; en un mismo día de febrero, por la mañana se podía ver como la nieve cubría cual manto blanco las montañas que rodean los poblados y dan refugio a elegantes vicuñas que corren libres, mientras que por la tarde el sol acentúa el verdor de la comida de las llamas y alpacas que pastan en esos mismos cerros donde ya se ha derretido la nieve. Y como no dejar de mencionar a cada rostro gentil que saluda con un buenos días, buenas tardes o buenas noches a cada individuo que se cruza por su ruta en los pasajes del pueblo, sin necesidad de conocerlo si no que por la cortesía característica con la que se han formado. A pesar de su timidez o poca confianza, una vez que se les conoce bien, trasmiten su cadencia, una forma de vida simple, pero que conlleva la carga de una cultura milenaria que se trasmite solo por la narración. La alegría de la festividad también agregó ansias por conocer más sobre esta cultura milenaria, pues cada año en la ciudad bajan representantes de todos los pueblos a mostrar sus tradiciones con bailes y grupos de música en lo que actualmente es conocido como el “Carnaval con la Fuerza del Sol Inti Ch’ amampi”, el cual es un espectáculo colorido, que muestra con gozo la simpatía de las tradiciones de la zona. Pero no fue hasta febrero de 2012, cuando subí por segunda vez en la vida, que definitivamente me enamoré de la zona y decidí escribir sobre la cotidianeidad de los habitantes que mantienen vivas las cada vez más despobladas localidades de precordillera y altiplano de la región. De forma inmediata acepté una improvisada invitación para ir de paseo al carnaval de Socoroma por dos días y una noche, el cual me regaló experiencias hermosas que me motivaron a conocer más de acerca cómo pueden vivir todo el año los abuelos allá, quienes son los únicos que se quedan y deben soportar un estilo de vida bastante sacrificado. En el carnaval vi el respeto por las tradiciones, que siguen al pie de la letra, aunque eso signifique que el alférez o anfitrión del año, tenga que gastar millones en dar una buena recepción a la gente del pueblo y a quienes llegan a visitarlo. También conocí el verdadero juego de la challa, ya que cuando era niña lo jugaba sólo con agua o globos llenos de ella; pero en los pueblos es con agua, serpentina y mucha harina; todos juegan, nadie se salva de quedar empolvado hasta las narices. Allá en Socoroma también conocí lo que era la puna y el verdadero frío, caminar rápido genera un cansancio mayor por la falta de oxígeno y a pesar de las mantas y estar dentro de un auto, el frío cala los huesos. Al segundo día de viaje, antes de que toda la fiesta terminara conocí un anciano que vivía allí, solitario, estaba sentado a un costado del agujero donde por la noche se iba a enterrar a Juan Domingo Carnavalón, un muñeco que representa a los ancestros aymaras; el señor nos comentó que le daba gustó ver a la juventud en su poblado, pero que una vez terminado el carnaval, quedaba todo solitario de nuevo y sólo vivían unos 10 adultos mayores como él. Antes de volver para Arica, vivimos el final de la fiesta, cuando se entierra al Carnavalón en el cerro y mientras se quema el que se desenterró del año anterior, todos los asistentes se sacuden la harina en el agujero que guardará hasta el próximo carnaval los anhelos, deseos y metas que piden con devoción los asistentes de esta tradición. Las palabras del hombre en el cerro, me llenaron de preguntas y de ganas de saber más acerca de esta vida lejos de la ciudad, tan aislada, tan sacrificada y con tantas tradiciones, ¿Cómo se fueron trasmitiendo tradiciones centenarias hasta el día de hoy? ¿Existieran momentos en que estos pueblos quedan incomunicados? ¿Al corto tiempo quedaran personas dispuestas a vivir en estos poblados o con los abuelos morirá la vitalidad que queda? ¿Cuántas otras tradiciones guarda esta cultura ancestral? ¿Los jóvenes se sienten representados por sus tradiciones? ¿Qué pasa el resto del año, cuando no hay nada que festejar? ¿Estos hermosos paisajes tendrán algún tipo de amenaza? ¿Existen políticas públicas que fomenten el desarrollo de estas comunidades? ¿Cuál es la relación trasfronteriza de los aymaras? De esta manera, este libro de crónicas narrará las diferentes realidades que se viven en el altiplano chileno y precordillera, ubicados en la región de Arica y Parinacota. Una zona aislada, donde sus habitantes –en su mayoría aimaras y quechuas- conviven con la Pachamama, el tata Inti y, en algunos casos, la modernidad del siglo XXI. Para la cultura aymara el tiempo es cíclico y no lineal, ellos creen en el Pachacuti que es volver al origen. Es por eso que el pasado, para ellos, está frente a nuestros ojos, ya que se puede ver lo que ya ocurrió, en cambio el futuro está a nuestras espaldas, porque no podemos saber que pasará. Pacha es la palabra que utilizan para denominar su tiempo y espacio, ya que tiene doble significado y por ello la Pachamama es la madre del tiempo y espacio, comúnmente entendida como madre tierra, pero en realidad siendo quien “cría la vida”. Se denomina Akapacha al lugar donde convive la pachamama y los espíritus tutelares del sistema de creencias de la cultura y es una dimensión concreta donde no existen jerarquías, por eso el gran respeto de los aymaras con el ecosistema, tienen una valorización diferente hacia la tierra, los animales y cada ser viviente que habita el universo. Este respeto es traducido en un equilibrio o desarrollo sustentable, el cual es conocido como Suma Qamaña o buen vivir. Este tipo de consideración también es hacia los otros hombres, y cuando se trata de convivir con la familia o los vecinos –que por lo general son parte del mismo tronco familiar- se trabaja mancomunadamente, par a par, y eso es conocido como el ayni. Actualmente quedan pocos poblados con mayor concentración de habitantes, los que hay son Putre, Socoroma y Visviri, estas son denominadas markas. En su mayoría hay localidades que son sostenidas por troncos familiares, los cuales son denominados ayllu. Complementando todas mis incertidumbres con la cultura de este pueblo que no conoce las fronteras de la macro zona andina, la memoria se dividirá en tres capítulos que tendrán como enfoque la dimensión de la educación y formación en estos sectores; la vida entorno al trabajo; y los festejos y tradiciones, reflejados en los siguientes títulos respectivamente: La educación más cercana al sol: historias de aprendizaje en precordillera y altiplano; Las manos que aran y pastorean junto a la Pachamama; y Alegría y devoción esparcidas por la puna. En el primer capítulo vemos la primera crónica que relata la vida de Andrés Mamani, un hombre criado en Murmuntani quien siempre luchó por salir de lo rural para estudiar, pero la falta de dinero lo hicieron volver a la tierra, sin embargo, hizo todo por dar educación a sus hijos para que no pasaran por la sacrificada vida de poder comer a través del cultivo de las chacras y cuidado de los animales. En la segunda se relata la historia de dos jóvenes que de vivir su infancia en precordillera, pasaron a formarse en la ciudad y lograr los primeros títulos universitarios para sus familias. La tercera muestra la organización política, social y cultural de jóvenes aymaras que anhelan preservar su cultura. La cuarta es un perfil de vida de una mujer que motivada por dar a conocer al mundo su cultura pisoteada por diferentes instituciones, se hace profesora de la lengua aymara. La quinta crónica relata la dificultad de dos profesores de ciudad, de acostumbrarse a vivir en la puna, todas estas diferencias y condiciones generaron un ambiente propicio para entregar una mejor educación, mucho más personalizada. La sexta y última, relata la adaptación de una joven que recién está trabajando como educadora de párvulos en uno de los tres jardines que tiene la provincia, donde el sistema educativo chileno comienza a internalizarse desde temprano en los pocos niños que quedan en el altiplano. El segundo capítulo comienza con el relato de personas que trabajan en las cercanías del volcán Guallatire, “el hombre que fuma de día y de noche”, porque tiene una fumarola que emana gases las 24 horas del día. La segunda narra el encuentro comercial que se da en el hito tripartito, la huella más pura de la necesidad mutua y buena convivencia entre los aymaras de los tres países que dibujan fronteras imaginarias en esta nación: Chile, Perú y Bolivia. La tercera retrata la esencia de las mujeres que levantan la próspera agricultura en el pueblo de Socoroma, almas llenas de humildad, alegría y trabajo. Finalmente, la cuarta narra la difícil manera de sobrevivir en la comuna de General Lagos, la más desplazada de la región que cuenta con un único recurso para sustentar la vida, el cual es la ganadería.
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Saqueo y despojo en Gulumapu: el caso de Galvarino / Del eufemismo de la pacificación de la Araucanía a las leyes neoliberales

Contreras Orellana, Loreto Andrea January 2016 (has links)
Memoria para optar al título de Periodista / En primera instancia este reportaje pretendía evidenciar el problema de la falta de agua que vive la población rural, indígena y empobrecida de Galvarino, como un caso que ejemplifica una realidad que ocurre en diferentes lugares del país. Esto, a causa del modelo extractivista que acapara los recursos hídricos para las actividades forestales, mineras, de generación de energía y del agronegocio, en perjuicio de las comunidades locales o zonas de sacrifico. El desarrollo de este trabajo de investigación se realizó a través de entrevistas, seguimiento de prensa y revisión bibliográfica y de leyes. A medida que pasaba el tiempo el componente “étnico” de los habitantes de Galvarino se volvía más relevante, y con la información historiográfica del pueblo Mapuche la percepción del problema cambió. Las leyes neoliberales como el DL 701 y el Código de Aguas eran causantes de la escasez de este bien común, pero no eran la razón medular de la precarización de sus vidas. Sino que eran parte de un proceso de sistemático despojo y saqueo de Gulumapu, por parte de personas y empresas bajo la legalidad otorgada por el Estado chileno.
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Los otros indígenas en Santiago: vida urbana de Aymarás, Rapanuis y Kawésqar

Villagrán Muñoz, Claudia January 2000 (has links)
Memoria para optar al título de Periodista
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Lumaco y Puren : los puntos visibles de una demanda ancestral mapuche

Leiva A., Denise, Villagrán M., Claudia 12 1900 (has links)
Seminario de Investigación Para optar a la Licenciatura en Comunicación Social / El autor no autoriza el acceso a texto completo de su documento / Salíamos de Temuco hacia el norte un día miércoles a las 9 de la mañana. El día estaba nublado, con niebla baja, frío matutino y nuestro destino era un lugar llamado “Temulemu” , que hasta ese momento no existía en nuestra memoria. Allí se estaba desarrollando la reivindicación del fundo “Santa Rosa de Colpi” , perteneciente a la forestal Mininco y que los mapuche de la zona reclaman como suyo, apoyándose en documentos de títulos de merced y en la resolución de la Comisión de Reforma Agraria emitida a principios de los ‘70. Partimos inesperada y sorpresivamente, pues allá se encontraba Alfonso Reimán, personaje que desde Santiago tratamos de ubicar y que nos recibiría allá, en el campo, en algún lugar de la provincia de Malleco. A él sólo lo conocíamos por una fotografía en el periódico y porque era el presidente de la Asociación de Comunidades Mapuche de Lumaco. Él era pieza clave para desentrañar las dudas que ofrecía nuestro seminario. Viajamos acompañadas de los abogados que defendían a los comuneros movilizados en ese momento, quienes iban a interceder por ellos en caso que el desalojo se estuviese efectuando y para entregarles información sobre cómo iba el caso en los tribunales, sí es que la justicia chilena podía dar alguna esperanza a los papeles que ellos buscaron con ansias en los viejos archivos de las bibliotecas públicas. De pronto salimos de la carretera 5 sur. Nos dirigimos rumbo a la costa hasta que llegamos a Traiguén. Tomamos un camino secundario, de tierra rojizas, rodeado de cercos de alambres de púas, de arbustos con flores amarillas que nos dijeron se llamaban “pica-pica” y, en donde los principales dueños de predios son las empresas forestales. Subíamos y bajábamos por los campos repletos de neblina baja, lo más probable era que los Carabineros no desalojaran, pues los comuneros conocen mucho mejor el terreno y podían esconderse fácilmente. Sin duda, es otro país, no aquel que se vive y piensa desde Santiago. Llegamos. Eran casi las 11 de la mañana. Nos encontramos con el portón de ingreso al predio, con un tronco de árbol atravesado entre dos postes que debía ser desencadenado y que impediría el rápido ingreso de la policía, en caso que el desalojo se hiciese efectivo. A una orilla había una casa de madera forrada por fuera con planchas de zinc lisas, de unos cuatro por seis metros, que según -después nos enteramos- son las entregadas por el subsidio rural y en la que vivía una familia mapuche. Estábamos en la cima de una pequeña loma; gallinas y cerdos se alimentaban del prado. Pasamos por un bosque de pinos y la camioneta se detuvo. A unos metros divisamos a un grupo de unas cincuenta personas, entre hombres, mujeres, jóvenes y niños, en su mayoría pertenecientes a la comunidad Antonio Ñiripil y a otras comunidades cercanas que prestaban su apoyo. Al bajarnos –entre la multitud- vimos, en medio de la planicie y a metros de la ramada que servía de refugio a los ocupantes, unas ramas de árbol que envolvían un madero tallado, en cuya parte superior flameaban dos banderas, una blanca y otra negra . Era el rewue, símbolo de la comunicación entre el machi y Gnegechen, centro de las rogativas y consultas a las deidades, altar de los guillatunes. Oímos además, el sonido de un instrumento, era una bienvenida y un aviso de que había llegado visita, que debían reunirse. Las personas nos miraban con curiosidad, ellos ya habían visto a los abogados, pero nosotras ¿quiénes seríamos?. Sólo Reimán presumía quienes éramos. No obstante, al saludo para los abogados se sumó un espontáneo “mari-mari peñi” que nos provocó incertidumbre. Sin duda, no sabíamos como actuar, sólo repetimos “mari-mari”. Todos se reunieron alrededor del rewue. Una mujer corrió a buscar un asiento para la machi, una señora de edad, bajita, con un pañuelo en la cabeza y un kultrún entre las manos. El abogado comenzó a informarles del desalojo y de las malas perspectivas para que un juicio les cediera la propiedad del fundo, ya que los papeles no eran lo suficientemente válidos. Hombres y mujeres escuchaban atentos, mientras la neblina se disipaba y el sol empezaba a mostrar su luz, más allá los niños jugaban con los perros que dejaban entrever en su pellejo, la poca alimentación que habían obtenido. Al terminar la exposición del abogado, sobre la situación legal en que se encontraba el caso, poco a poco los comentarios efusivos y espontáneos emanaron de los desconcertados individuos, quienes sabían que estaban a la mala en el lugar, pero que ese terreno fue de ellos, de sus padres y bisabuelos y que sí estaban insertos en un país, debían acatar primero sus leyes, quisieran o no. Afloró la impotencia de no poder probar con papeles –esos que para los huincas son tan fundamentales- lo que con palabras y experiencias sabían y reconocían como tierras suyas. Uno de los primeros en hablar fue un hombre de edad, quizás el mayor de los que se encontraban allí. La machi y el resto permanecían en absoluto silencio, respetando lo que decía el que tomó la palabra. Con las manos en los bolsillos, como buscando en ellos los mejores fundamentos, le recordó a los abogados cómo siempre se les ha pasado a llevar, cómo se les ha engañado y usurpado sus derechos y propiedades, cómo una y otra vez la justicia chilena y los abogados no les daban el favor ni los defendían. Recordó -con pena y con rabia en el rostro cubierto de arrugas añejas- cómo, cuando él era joven, los límites de sus terrenos superaban los que actualmente tienen, cómo después los cercos se corrieron y ellos se quedaron con menos tierras de las que les correspondían. De allí se sucedieron las opiniones, uno de los abogados explicaba lo difícil de seguir con éxito un juicio y los inconvenientes de un inevitable ingreso de fuerzas policiales al día siguiente. Varios opinaban, entre ellos uno dijo “se nos caldea la grasa hermanos” al ver que se repetía la misma historia de siglos, la misma historia de hace un año atrás. Era José Remigio Chureo, uno de los condenados por la quema de camiones en Lumaco; más tarde Reimán nos lo diría. Llegado un momento pidieron que nosotros, los “huincas” , nos alejáramos del círculo en torno al rewue. Ellos consultarían con Pascual Pichún, presidente de la comunidad, y con la Machi Rosa si debían continuar con la movilización o debían retirarse a sus hogares. Todo indicaba que seguirían defendiendo lo suyo, por el sentimiento de una nueva derrota ante el mundo “chileno”. Al rato, Pascual Pichún nos llamó nuevamente y les comunicó a los abogados que se retirarían. La machi tuvo un peuma , según él, debían abandonar el lugar, previo a una rogativa antes de que saliera el sol, pues así lo había recomendado Gnegechen . Esa orden no debía ser desobedecida. Los abogados se marchaban para hablar con la jueza y evitar así que Carabineros irrumpiera en el lugar para efectuar el desalojo, pues ellos saldrían pacíficamente. Para dar fe de la decisión los acompañó, precisamente, aquel anciano decepcionado que abrió el debate. Nosotras nos quedamos ahí, Alfonso Reimán nos había saludado y había aceptado ser entrevistado. Las nubes se habían ido y un sol muy cálido bañaba el prado, a los eucaliptos y a los chanchitos nuevos que porfiadamente comían junto a su madre. Don Alfonso nos instó a saludar a las mujeres, quienes atareadamente prendían el fogón, ponían las teteras sobre las brazas y calentaban las grandes ollas de fierro para freír sopaipillas recién amasadas bajo la sombra de la ramada. Una niña, con trenzas larguísimas, ojos rasgados y profundamente negros, nos miraba curiosa y calladamente, con un atisbo de simpatía al conocer gente nueva. La encargada de las ollas nos ofreció un calientito mate, al tiempo que nos servía las primeras sopaipillas y nos preguntaba ¿merkén?. Un rico ají cacho de cabra seco dejó salir de la fuente su olor inconfundible al mezclarse con el agua hirviendo. No habíamos desayunado y tal merienda fue realmente bienvenida. Temíamos que los allí presentes nos rechazaran por nuestra condición “huinca”, pero conforme avanzaba el día y al ver que don Alfonso, Remigio y Pascual conversaron con nosotras, fueron demostrándonos confianza, incluso nos convidaron un almuerzo consistente en sopa de cerdo recién muerto con arroz y unas tortillas de rescoldo, mientras que alguno de los comensales se atrevió a preguntarnos quienes éramos. Después de almuerzo, el prado invitaba a reposar, olvidándonos de nuestra vida en Santiago y contagiándonos de esa vida diferente, en convivencia constante con la naturaleza, donde el tiempo cronológico es distinto, donde las noticias que llegan desde la capital parecen tan lejanas. La brisa de la tarde poco a poco se volvió a enfriar, pues el sol se escondía nuevamente, pronto llegaría la noche y un nuevo fogón ya se encendía. Don Pascual nos invitó a quedarnos a la rogativa de la mañana siguiente, pero don Alfonso nos recomendó bajar a Lumaco para continuar con nuestra investigación. Cuando llegó Santiago Huenchuñir, en la camioneta, nos percatamos que debíamos empezar a despedirnos de aquellas personas. Al hacerlo nos sorprendió y alegró que todos se despidieran de nosotras con un cordial apretón de manos, con un beso, con un “mari-mari peñi” y una sonrisa. Pero más nos conmovió cuando la Machi nos deseó en mapudungún “buena suerte señoritas”, a lo que agregó, “cuando anden por aquí vuelvan a visitarnos”. Subimos a la camioneta, empezamos a bajar dejando atrás un día en el que compartimos una experiencia distinta, donde vivenciamos la atmósfera del sentir mapuche, derrumbándosenos miles de prejuicios culturales que teníamos impregnados. Abajo, el valle se veía verde y frondoso, el sol de la tarde daba brillo en los contornos de los cerros lejanos, la camioneta atravesó varias comunidades mapuche mientras dejábamos en sus asentamientos a quienes apoyaban la movilización desde esos lugares. La noche nos encontró rumbo a Lumaco, en medio de caminos de tierra estrechos y rodeados de pica-pica, con un aire fresco y sereno, bajo un cielo donde sí se ven las estrellas. Fue el primer acercamiento a la realidad mapuche de las comunidades rurales de la Novena Región, inesperado, pero espontáneo y cálido. Sin duda, fue más que un simple “acercamiento”.
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El conflicto mapuche en los matutinos de cobertura nacional: análisis crítico del discurso del primer semestre de 1999

Berríos Ibañez, Rocio Andrea, Mieres González, Carmen Cecilia, Provoste Preisler, Patricia Beatriz, Schmidt Stiedenroth, María Cristina 12 1900 (has links)
Seminario para optar al grado de Magister en Comunicación Social / El autor no autoriza el acceso a texto completo de su documento / Los episodios que en el último tiempo han llamado la atención de la prensa respecto a la etnia mapuche se alejan mucho de ser simples problemas coyunturales. La raíz social que tiene por base el mal denominado –dado que nos involucra a todos los chilenos– “conflicto mapuche” es comprensible sólo a la luz de una profunda la revisión del proceso histórico que este pueblo ha vivido. Aunque no compete directamente a los objetivos de esta investigación, nos parece preciso revisar someramente los hitos más significativos del devenir histórico de los araucanos, reparando en aquellos aspectos más pertinentes al tema que nos aboca, esto es, aquellos momentos que pudieron colaborar a un supuesto ánimo racista por parte de los medios de comunicación escritos. En razón de esto, pasaremos a revisar el concepto mismo de racismo, para intentar definir qué entendemos exactamente cuando utilizamos dicho término. Al momento de la llegada de los españoles, los mapuches se hallaban en una etapa de desarrollo en que habían superado la simple recolección y comenzaban a criar ganado y a sembrar productos. Su territorio era un espacio privilegiado para estas tareas. La relación hombre–tierra, permitía al mapuche una movilidad singular, lo que habría incidido en la extensa duración de la Guerra de Arauco, dado que no bastaba con la destrucción de un asentamiento indígena para desarticular el frente indígena. La guerra entre Chile y España produjo grandes cambios en la sociedad mapuche. Se introdujo el caballo, el ganado vacuno y el trigo, lo que transformó su sistema productivo de uno recolector a otro ganadero. Las incorporaciones del aguardiente y de enfermedades ajenas al sur del país tuvo importantes repercusiones. A pesar de esto, el mapuche siguió viviendo en forma aislada, negándose a conformar aglomeraciones o pueblos. Existió cierta organización en torno al poder para determinadas causas, pero siempre en vistas de objetivos específicos. El 6 de enero de 1641 se celebraron las Paces de Quilín, hito de las relaciones entre araucanos –como denominaron a los miembros de la etnia los españoles– y españoles. Los conquistadores reconocieron la frontera natural de la zona mapuche en el río Biobío y la independencia de las tierras que van desde ese río hasta el Toltén. Por tanto, los indígenas no quedaban bajo la administración de la capitanía General de Chile y fueron reconocidos como integrantes de una nación independiente. Esta suerte de independencia araucana (de España) duró 260 años. Posteriormente, en 1803, se celebró el Parlamento de Negrete, en donde se confirmó el reconocimiento de la frontera. Con el inicio de la guerra de Independencia, los soldados del bando patriota avanzaron hacia el sur en su persecución del ejército realista. No debe haber sido menor su impresión, tampoco su enojo, al descubrir que los sureños, entre los que se contaban mapuches, respaldaban la causa española, en consecuencia de los tratados sostenidos con la Corona Hispana. Poco o ninguno era el conocimiento que el ciudadano chileno emergente tenía de la etnia originaria, en parte debido a la distancia geográfica. Las referencias al pueblo mapuche exaltaban sus virtudes guerreras: ésta era incluso citado como ejemplo en la lucha contra los conquistadores europeos. Sin embargo, la realidad dice que los patriotas pelearon precisamente contra aquéllos a quienes se admiraba, ya que los mapuches estuvieron siempre del lado de las filas realistas. Además, para los mapuches, eran los chilenos quienes podían arrebatarles sus tierras; los ibéricos, en tanto, habían respetado su autonomía por casi dos siglos.

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